25 jul 2010

Estoy bien 1

Estoy bien (portada)

nuestras miserias

Qué esfuerzo supone tener que cambiarlo todo, incluso lo que no nos gusta. Estamos completamente sujetos a la inercia de nuestro comportamiento. Nos empezamos a dar cuenta muy tarde, cuando ya es demasiado tarde, cuando ya hay poca cosa que hacer. Sabemos que refugiarse en la primera del plural no es justo, pero las miserias personales no lo son tanto si las compartimos, y así nos asustamos un poco menos de lo que somos o de lo que podemos llegar a ser. Decir que somos unos cobardes es mucho más llevadero que decir soy un cobarde, ¿o no?


Se dice que reconocer nuestra enfermedad es el primer paso para la incierta recuperación, pero hablar de nuestras miserias, sacarlas a la luz y compartirlas no se nos da muy bien. Nadie se atreve a hacerlo, primero a sincerarse consigo mismo y después con su prójimo. Todos vivimos sumidos en una farsa personal. Es así. Eso tampoco se puede cambiar. La sinceridad tiene unas fronteras infranqueables. Detrás de esas fronteras se halla la esencia verdadera de cada ser humano, pero nadie puede traspasarlas, ni siquiera nosotros mismos, porque nos da terror. Ni el más espiritual de los hombres se concede a si mismo una tregua para asomarse a su abismo particular, sabe que está ahí y con eso le basta, pero se lo traga y sigue con lo que estaba haciendo. Contemplamos el reflejo de nuestro rostro en las charcas, pero no sumergiremos la mano en el agua, porque sabemos que las ondas lo desfigurarán. Mejor dejarlo tal y como está, aunque no nos guste demasiado la imagen que vemos, siempre podría ser mucho peor, ¿o no?